Nicol Bolas.
El dragón lo había seguido. No… Era imposible. "Necio". ¡Nicol Bolas ya estaba allí! ¿Qué había dicho el dragón? "Sé dónde está Ugin. Yo lo puse donde yace, poco tiempo atrás". Poco tiempo atrás…
¡Maldito sea! ¿Qué significaban cien años para un ser como Nicol Bolas? ¿O un millar, o diez millares?
"¡Va a suceder aquí! ¡Ahora!".
El fuego surcó su cuerpo. Las llamas quemaron su carne rosada y blanda y le arrebataron la voz, obligándolo a liberar un rugido de tal magnitud que sacudió la tierra y la nieve depositada en los árboles. Esta vez, Yasova fue la que cayó de espaldas y pareció mermar ante Sarkhan.
Su mandíbula ardió y se ensanchó. Cuando abrió las fauces, aspiró una bocanada de aire frío y se dispuso a expulsar una ráfaga de llamas puras y gloriosas. Sin embargo, Yasova no era una simple presa, aunque entonces lo pareciese.
El felino se alejó de Sarkhan y gruñó, pero ella se puso en pie de un salto. Su bastón brilló cuando preparó el golpe, y la mente dracónica de Sarkhan recordó vagamente la garra de llamas que había surcado el cielo y abatido a una cría de dragón ante sus ojos. Ugin estaba en peligro. Nicol Bolas estaba en Tarkir, o llegaría pronto.
No podía arriesgarse a salir herido por luchar contra aquella diminuta criatura. De ningún modo, sobre todo ahora que estaba tan, tan cerca. El fuego surgió de sus fauces cuando exhaló, pero no se trataba de una llamarada.
Yasova salió rodando hacia atrás, chamuscada pero viva, sin lugar a duda.
Impulsándose con sus poderosas piernas, Sarkhan Vol alzó el vuelo a toda velocidad.
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