MTG GUARDIAN
Sarkhan Vol ha llegado al Tarkir del pasado, más de mil años antes de que él mismo naciese. Nada más llegar, vio por primera vez a los dragones que se habían extinguido tiempo atrás y contempló cómo emergían de una tormenta crepitante.
Entonces, también la vio a ella: una mujer humana que luchaba con una brillante garra de dragón en su arma y un felino dientes de sable a su lado. Usando magia poderosa, la guerrera abatió a una cría de dragón y repelió a los demás.
Aquella era la clase de persona que Sarkhan esperaba ver cuando anhelaba a los dragones de Tarkir.
Necesita saber más.
La nieve crujía bajo las botas de Sarkhan Vol. Su guía y él estaban ascendiendo. El gélido aire de la montaña le abrasaba los pulmones y él disfrutó de aquella sensación; parecía que estaba respirando fuegodragón.
Puede que ella no supiese que lo estaba guiando, pero era realmente fácil seguirla.
Cada uno o dos kilómetros, la mujer encontraba o despejaba una zona de roca desnuda y grababa dos amplias curvas en ella usando la garra de su bastón.
Al principio, Sarkhan creyó que estaba marcando los lugares en los que había derrotado a un dragón. Sin embargo, a medida que el rastro se prolongaba, no lo tenía tan claro.
Aquella guerrera tal vez fuese el heraldo de Ugin y había venido para guiarlo. Puede que estuviese dejando aquellas marcas para que él las siguiese. Sin embargo, no comprendía su significado; todas eran iguales. Si pudiese verlas desde otra perspectiva… No, lo mejor sería no transformarse en dragón y no arriesgarse a que la mujer lo viese; de lo contrario, no tendría posibilidad alguna de hablar con ella.
La superficie rocosa más reciente emanaba calor y las marcas desprendían el fulgor rojizo del bastón de la guerrera.
Estaba alcanzándola.
Ella era una Temur, oriunda de aquellas montañas. Él era un Mardu, ajeno a aquel lugar y a aquella época.
La mujer quería que él la alcanzase.
Sarkhan oyó un silbido a sus espaldas, como el trino de un pájaro. Aquella fue la única advertencia que recibió.
Algo enorme, vigoroso y cálido embistió contra su espalda. Sarkhan cayó de bruces contra la fría nieve, inmovilizado bajo lo que parecía una enorme zarpa.
Luego sintió unos largos colmillos y un aliento abrasador en el cuello. No opuso resistencia.
Se oyó otro silbido, distinto al de antes. Los colmillos se separaron, pero Sarkhan seguía inmóvil bajo su captor. No podía ver qué lo retenía, aunque lo sospechaba.
La nieve crujió bajo unas botas pesadas que describieron un amplio semicírculo alrededor de él, hasta que la mujer entró en su campo de visión.
Era más vieja que él —"mucho más vieja", susurró algo en su interior—, robusta, y tenía un rostro severo, aunque terso. La garra del extremo del bastón brillaba con un tono rojizo y la mujer tenía unos ojos fríos e inquisitivos. "Garra de dragón y ojos de dragón", pensó.
―Estabas siguiéndome ―afirmó. Su voz era sonora y vibrante.
―Has dejado un rastro… para que te siguieran ―respondió Sarkhan. Le costaba hablar, aplastado bajo la mole del felino dientes de sable. Se esforzó para señalar la marca que había hecho ella―. Has dejado señales.
―No son para ti, vagabundo ―dijo ella. Hablaba con tono tranquilo, pero no dejaba de mirar hacia el cielo.
―Estabas siguiéndome ―repitió―. ¿Por qué? Nieve fría, ojos fríos y un aliento abrasador. Sarkhan se atrevió a sopesar cómo responder.
―Estoy siguiendo una… voz, los susurros de un espíritu ―dijo. Luego dudó―. Busco al gran dragón Ugin. Creo… creo que esto podría ser una visión… Y tú, mi guía espiritual. La mujer soltó una risa breve y áspera.
―Y yo creo que no estás en tus cabales ―le espetó.
¿Habría mostrado piedad ante su aparente locura? ¿O quizá fuese porque había mencionado a Ugin? Sarkhan gateó hacia su bastón, como un mendigo. El fragmento de edro que se había llevado del Ojo de Ugin seguía bien atado.―Tal vez ―respondió Sarkhan―. El tiempo lo dirá. La mujer silbó y el peso que había sobre Sarkhan se retiró. ―Levántate ―dijo ella.
El bastón había caído sobre la misteriosa marca de la mujer y, por un momento, cuando Sarkhan lo movió, le pareció ver que la marca y el edro titilaban. Sarkhan se apoyó en el bastón y se incorporó. La mujer era más baja que él; incluso podría decir que era pequeña. Sin embargo, con el felino a su alrededor, con el bastón y la garra rebosantes de una magia intensa y con sus letales ojos de dragón, parecía todo lo contrario.
―¿Quién eres? ―preguntó la guerrera. ―Me llamo Sarkhan Vol. Sarkhan vio que la mujer observaba su extraña ropa y su cabello alborotado. La garra del bastón empezó a emitir un brillo rojo.
Sar-khan, sar-kan: gran kan. Kan superior, kan de los cielos. Para cualquier habitante de Tarkir, sería absurdo que alguien se hiciese llamar así, sobre todo si se tratase de un vulgar vagabundo. Tendría que haberse dado cuenta, pero él mismo lo había olvidado. En su mente, aquel era su nombre. La voz de su interior lo llamaba Sarkhan, antes de que desapareciese. Sin embargo, Nicol Bolas lo llamaba Vol.
―Sar-kan ―repitió ella sin inmutarse.
Hizo una reverencia ostentosa, pero su tono era férreo―. En ese caso, Yasova Garradragón de los Temur os presenta sus respetos, oh, kan de kans, y os da la bienvenida a sus tierras.
¡Garradragón!
¿No era ese el título de los kans temur en el Tarkir que él conocía?
―¿Y sobre qué declaráis que ejercéis dominio? ―preguntó Yasova, pronunciando cada palabra cuidadosamente.
Sarkhan ya había tratado con kans en otras ocasiones. Con Zurgo.
Con Nicol Bolas. Ninguno de ellos toleraba las insolencias, ni siquiera en el caso de que fuesen aliados. El único idioma que admitían era el lenguaje meloso de la adulación, y Sarkhan había aprendido a hablarlo muy bien durante su época como esclavo de Nicol Bolas.
"Vol será siempre vuestro siervo", dijo una voz en su cabeza.
Era su propia voz; sonaba lastimera y se retorcía en el silencio de su mente. Aquello evocó un recuerdo, un eco de él mismo que respondería a la pregunta de un kan.
―Sobre nada y sobre nadie ―contestó con apremio, desviando la mirada y haciendo una reverencia―. No es más que un apodo que me pusieron para mofarse… Para burlarse de mi arrogancia. Lo he asumido como mi propio nombre.
―¿Y tu kan tolera esto?
"No, pero Ugin"…
―No tengo kan ―respondió―. Estoy muy lejos de mi hogar.
―De modo que eres un exiliado ―afirmó ella con desdén―. No me extraña que vistas con harapos.
Yasova bajó su bastón hacia él. La garra brilló con más intensidad.
―Me has seguido ―dijo―, me has insultado y te has adentrado sin permiso en mis tierras. Dame un motivo para mostrar clemencia, Vol, o acabaré contigo antes de marcharme.
Sarkhan se arrodilló.
―Por favor, perdonad mi grosería ―suplicó―. Como he dicho, estoy lejos de mi hogar, e incluso la poderosa kan de los Temur me resulta desconocida, excepto por su reputación. Comprendo que no estáis aquí para guiarme. Quizá deba ser yo quien os sirva a vos. Sois una kan y yo no soy más que un simple mendigo…
Yasova se quedó mirándolo durante un tiempo considerable, pero luego se encogió de hombros y levantó el bastón.
―Ya basta ―dijo con una clara aversión―. En pie.
Sarkhan volvió a levantarse y se sacudió la nieve de las vestimentas.
―Os doy las gracias ―dijo.
Yasova frunció el ceño.
―"Os doy las gracias, kan" ―lo corrigió―. Perdonaré tus delirios, pero no consentiré que me faltes al respeto de nuevo.
―Gracias, kan ―dijo con tono ligeramente rebelde―. Aceptad mis disculpas.
El sonido de su propia voz le resultaba empalagoso. Yasova dio su aprobación y asintió.
―Soy Yasova Garradragón ―se presentó de nuevo―, kan de la frontera temur, matadragones curtida en numerosas batallas y soberana de estas tierras ―afirmó describiendo un amplio arco con los brazos―. Vol, exiliado, kan de nada y de nadie… bienvenido seas.
Sarkhan contempló las montañas con una nueva perspectiva. En efecto, se encontraba en territorio temur. No estaba lejos del lugar en el que él… En el que el tiempo se partió. Había menos nieve de la que recordaba, y más roca desnuda y humeante.
El olor a carroña del enorme felino lo impregnó. ―Sígueme si estás seguro de que esa es tu senda ―dijo Yasova sin volverse hacia él―, pero yo en tu lugar no me acercaría demasiado.
Anquin es muy receloso y no será tan amable contigo por segunda vez. Caminaron en silencio durante un rato. A Sarkhan le resultaba difícil seguirla (aunque a cierta distancia), puesto que Yasova avanzaba a toda velocidad por el terreno accidentado.
El Planeswalker resollaba y el aire que expulsaba por la boca se convertía en vaho. Yasova lo condujo hacia lo alto de una cumbre elevada, llena de árboles robustos. El felino caminaba con calma detrás de ellos, haciendo el ruido justo para que Sarkhan lo oyese.
Yasova se detuvo en una amplia cornisa. Sarkhan guardó una distancia prudencial, consciente de que la bestia seguía detrás de él. Respiraba con dificultad, mientras que Yasova no parecía afectada por el ascenso e ignoraba los resuellos. La garra de dragón volvió a brillar y Sarkhan temió por un momento que la guerrera fuese a matarlo, al fin y al cabo.
Sin embargo, Yasova bajó el extremo incandescente y recorrió con él la superficie nevada de la cornisa. La nieve silbó y se derritió, y unos arroyos de agua humeante descendieron por la ladera, hasta que la roca quedó al descubierto. Yasova dio la vuelta al bastón y volvió a grabar la misma marca: dos curvas largas y simétricas. Sarkhan esperó a que terminase.
―¿Qué es ese símbolo? ―preguntó―. ¿Por qué seguís haciéndolo?
Yasova se giró. Sus ojos eran viperinos: fríos e intensos al mismo tiempo.
―Nada de preguntas, Vol ―se negó a responder. Cuando ella pronunció su auténtico nombre, sonó como una maldición―. No te lo explicaré hasta que me hables de esos susurros que te guían.
¿Por qué consentía Yasova sus impertinencias? ¿De qué podrían servirle los desvaríos de un loco?
―Vengo de… ―empezó a decir, pero se detuvo a pensar en las palabras adecuadas para que ella aceptase su historia―. Vengo de un lugar lejano, tanto de mi hogar como de estas tierras. Visité una caverna conocida como el Ojo de Ugin…
―¿Dónde está? ―lo interrumpió ella con brusquedad. De modo que el nombre le decía algo…
―Como he dicho, se encuentra en un lugar muy lejano, al otro lado de un… ―"océano", estuvo a punto de decir, pero se dio cuenta de que había aprendido esa palabra en otro mundo―. De un vasto lago, tan extenso que no se puede ver una orilla desde la otra. Yasova resopló.
―No existe tal lago.
―Aun así, yo lo he cruzado ―insistió él.
―¿Y qué sucedió?
―Después de visitar el Ojo, empecé a oír al propio Ugin. Me hablaba, me guiaba hasta aquí, pero entonces… todo cambió. La voz del dragón desapareció y me quedé solo, sin susurros que me guiasen. Por eso pensaba que erais un heraldo de Ugin.
―¿Dónde está? ―lo interrumpió ella con brusquedad. De modo que el nombre le decía algo…
―Como he dicho, se encuentra en un lugar muy lejano, al otro lado de un… ―"océano", estuvo a punto de decir, pero se dio cuenta de que había aprendido esa palabra en otro mundo―. De un vasto lago, tan extenso que no se puede ver una orilla desde la otra. Yasova resopló.
―No existe tal lago.
―Aun así, yo lo he cruzado ―insistió él. ―¿Y qué sucedió?
―Después de visitar el Ojo, empecé a oír al propio Ugin. Me hablaba, me guiaba hasta aquí, pero entonces… todo cambió. La voz del dragón desapareció y me quedé solo, sin susurros que me guiasen. Por eso pensaba que erais un heraldo de Ugin.
Yasova miró hacia el valle, dándole la espalda a Sarkhan.
―¿Puedo preguntaros algo, kan Yasova? ―dijo él. ―Adelante.
―Aquella tormenta, la que engendraba a los dragones… ¿Qué era? La kan se volvió hacia él y se quedó mirándolo, boquiabierta.
―Disculpad mi ignorancia, kan ―rogó―. En mi tierra natal, no existen tales fenómenos. ―Entonces, ¿de dónde proceden los dragones? ―inquirió ella.
―No hay dragones en mi patria ―respondió tras una larga reflexión. ―Lagos extensos y cielos vacíos… ―dijo Yasova entrecerrando los ojos―. En verdad estás loco. ―Sé que resulta extraño ―respondió él―, pero allí no se producen esas tormentas, esas…
―Tempestades de dragones ―terminó ella, como si estuviese hablando con un niño―. El origen de todos los dragones. ¿Cómo es posible que no las conozcas? ¿De dónde procedes? Las dudas se arremolinaban como espectros.
La voz de Ugin había desaparecido, su mente le pertenecía, pero se notaba menos lúcido que nunca. ¿Acaso estaba loco? ¿Habría soñado con todo aquello? ¿Estaría soñando en aquel preciso instante? ―Una vez, conocí a un chamán temur que me enseñó muchas cosas sobre los espíritus de los dragones ―explicó. ―¿Conoces a los Temur, pero no a su kan? ¿Los Temur también viven en tu lejano hogar?
―Ruego que me perdonéis ―se disculpó. Intentó recordar si alguna vez había dicho aquellas mismas palabras a Nicol Bolas―. Mi historia quizá os parezca incoherente, pero es la única que puedo contar. Considerad que es una simple visión… un delirio, si eso os ayuda a tolerarla. Yasova asintió para que continuase.
―El chamán y su comunidad me enseñaron muchas cosas. Empecé a oír la voz baja y constante de un dragón anciano fallecido hacía mucho tiempo, cuyo espíritu aún perduraba. Años después, volví a oírla cuando fui al Ojo; al Ojo de Ugin, mi kan. Era la voz de Ugin.
―Ugin está vivo ―respondió ella con tono tajante. El felino pareció ponerse alerta al oírlo y se situó tras Yasova, como para defenderla. Sarkhan retrocedió, extendiendo los brazos y orientando las palmas hacia el cielo.
―Mi kan ―insistió―, esto me resulta muy confuso, pero… Mi patria, mi vida… Creo que aún no están escritas. El ahora no escrito, el concepto temur sobre las cosas que están por venir. Bajo el velo del ahora, alrededor de todo, cuales bestias al acecho, se encontraban los posibles futuros de lo no escrito.
―Nada vive en lo no escrito ―afirmó ella―. No se trata de un lugar. No sé qué te dijo aquel chamán, pero esa no es su naturaleza.
―Entonces, quizá hayamos interpretado la situación a la inversa ―elucubró Sarkhan―. Puede que yo sea vuestro guía espiritual: un fantasma de lo no escrito, que ha venido a hablaros sobre una de las posibles sendas derivadas de este ahora. Preguntadme. Os lo revelaré todo. Yasova avanzó hacia él y su bastón comenzó a centellear.
―Ese lugar del que hablas, tu supuesto hogar… ―comenzó―. Se trata de este mundo, ¿verdad? Es Tarkir, pero más allá del ahora. Sarkhan asintió.
―Así es. Antes, yo era un Mardu, y también viajé entre los Temur. Sin embargo, vos no conocéis a mi kan ni al de vuestro clan, puesto que aún no han nacido.
―¿Y dices que no hay dragones? ―continuó ella. Sus ojos brillaban con expectación―. ¿Ninguno? ―Han desaparecido en todo Tarkir ―confirmó él―. Solo quedan sus huesos.
―¿Y Ugin?
―Como he dicho, se encuentra en un lugar muy lejano, al otro lado de un… ―"océano", estuvo a punto de decir, pero se dio cuenta de que había aprendido esa palabra en otro mundo―. De un vasto lago, tan extenso que no se puede ver una orilla desde la otra. Yasova resopló.
―No existe tal lago.
―Aun así, yo lo he cruzado ―insistió él.
―¿Y qué sucedió?
―Después de visitar el Ojo, empecé a oír al propio Ugin. Me hablaba, me guiaba hasta aquí, pero entonces… todo cambió. La voz del dragón desapareció y me quedé solo, sin susurros que me guiasen. Por eso pensaba que erais un heraldo de Ugin.
―¿Dónde está? ―lo interrumpió ella con brusquedad. De modo que el nombre le decía algo…
―Como he dicho, se encuentra en un lugar muy lejano, al otro lado de un… ―"océano", estuvo a punto de decir, pero se dio cuenta de que había aprendido esa palabra en otro mundo―. De un vasto lago, tan extenso que no se puede ver una orilla desde la otra. Yasova resopló.
―No existe tal lago.
―Aun así, yo lo he cruzado ―insistió él. ―¿Y qué sucedió?
―Después de visitar el Ojo, empecé a oír al propio Ugin. Me hablaba, me guiaba hasta aquí, pero entonces… todo cambió. La voz del dragón desapareció y me quedé solo, sin susurros que me guiasen. Por eso pensaba que erais un heraldo de Ugin.
Yasova miró hacia el valle, dándole la espalda a Sarkhan.
―¿Puedo preguntaros algo, kan Yasova? ―dijo él. ―Adelante.
―Aquella tormenta, la que engendraba a los dragones… ¿Qué era? La kan se volvió hacia él y se quedó mirándolo, boquiabierta.
―Disculpad mi ignorancia, kan ―rogó―. En mi tierra natal, no existen tales fenómenos. ―Entonces, ¿de dónde proceden los dragones? ―inquirió ella.
―No hay dragones en mi patria ―respondió tras una larga reflexión. ―Lagos extensos y cielos vacíos… ―dijo Yasova entrecerrando los ojos―. En verdad estás loco. ―Sé que resulta extraño ―respondió él―, pero allí no se producen esas tormentas, esas…
―Tempestades de dragones ―terminó ella, como si estuviese hablando con un niño―. El origen de todos los dragones. ¿Cómo es posible que no las conozcas? ¿De dónde procedes? Las dudas se arremolinaban como espectros.
La voz de Ugin había desaparecido, su mente le pertenecía, pero se notaba menos lúcido que nunca. ¿Acaso estaba loco? ¿Habría soñado con todo aquello? ¿Estaría soñando en aquel preciso instante? ―Una vez, conocí a un chamán temur que me enseñó muchas cosas sobre los espíritus de los dragones ―explicó. ―¿Conoces a los Temur, pero no a su kan? ¿Los Temur también viven en tu lejano hogar?
―Ruego que me perdonéis ―se disculpó. Intentó recordar si alguna vez había dicho aquellas mismas palabras a Nicol Bolas―. Mi historia quizá os parezca incoherente, pero es la única que puedo contar. Considerad que es una simple visión… un delirio, si eso os ayuda a tolerarla. Yasova asintió para que continuase.
―El chamán y su comunidad me enseñaron muchas cosas. Empecé a oír la voz baja y constante de un dragón anciano fallecido hacía mucho tiempo, cuyo espíritu aún perduraba. Años después, volví a oírla cuando fui al Ojo; al Ojo de Ugin, mi kan. Era la voz de Ugin.
―Ugin está vivo ―respondió ella con tono tajante. El felino pareció ponerse alerta al oírlo y se situó tras Yasova, como para defenderla. Sarkhan retrocedió, extendiendo los brazos y orientando las palmas hacia el cielo.
―Mi kan ―insistió―, esto me resulta muy confuso, pero… Mi patria, mi vida… Creo que aún no están escritas. El ahora no escrito, el concepto temur sobre las cosas que están por venir. Bajo el velo del ahora, alrededor de todo, cuales bestias al acecho, se encontraban los posibles futuros de lo no escrito.
―Entonces, quizá hayamos interpretado la situación a la inversa ―elucubró Sarkhan―. Puede que yo sea vuestro guía espiritual: un fantasma de lo no escrito, que ha venido a hablaros sobre una de las posibles sendas derivadas de este ahora. Preguntadme. Os lo revelaré todo. Yasova avanzó hacia él y su bastón comenzó a centellear.
―Ese lugar del que hablas, tu supuesto hogar… ―comenzó―. Se trata de este mundo, ¿verdad? Es Tarkir, pero más allá del ahora. Sarkhan asintió.
―Así es. Antes, yo era un Mardu, y también viajé entre los Temur. Sin embargo, vos no conocéis a mi kan ni al de vuestro clan, puesto que aún no han nacido.
―¿Y dices que no hay dragones? ―continuó ella. Sus ojos brillaban con expectación―. ¿Ninguno? ―Han desaparecido en todo Tarkir ―confirmó él―. Solo quedan sus huesos.
―Falleció hace mucho. Solo perviven sus susurros. Los susurros que me han traído aquí.
―De modo que es cierto ―dijo ella―. Si Ugin muriese, las tempestades cesarían. Los dragones desaparecerían.
¡Ugin y las tempestades estaban relacionados! Ahora comprendía por qué se había desatado una tormenta cuando llegó. Ugin todavía no era un susurro, aún no podía comunicarse con él como había hecho hasta entonces. Sin embargo, había enviado una tempestad para guiar a Sarkhan. Para llevarlo… ¿junto a Yasova?
―¿Dónde habéis aprendido eso? ―preguntó Sarkhan con el corazón acelerado.
―En mi propia visión ―respondió ella, pero no cedió la iniciativa―. Háblame sobre ese ahora no escrito, sobre sus gentes.
Debe de ser glorioso.
En ese momento, Sarkhan reconoció qué era el brillo que percibía en los ojos de su acompañante: la codicia, la misma codicia que había visto en la mirada de todos los kans que jamás había conocido.
Zurgo tenía sed de sangre y venganza; Nicol Bolas ansiaba un poder inimaginable; incluso la amable Narset buscaba un conocimiento superior al de los demás… Y Yasova, su guía espiritual, quería que llegase el fin de todos los dragones.
―No, mi kan ―se apresuró a contestar―. La gente y los kans de mi ahora… no son como vos. Ellos son débiles, necios que se aferran a las sombras del pasado. Ya no tienen que luchar por sobrevivir, así que combaten por gloria, por codicia o por nada en absoluto.
»No son como vosotros ―repitió, suplicando―.
Vosotros sois superiores.
Yasova le descargó una estocada con el bastón. Una oleada de calor lo golpeó y la garra se acercó peligrosamente. Sarkhan se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Quedó tumbado sobre la marca que ella había hecho antes en la roca desnuda; las hendeduras en la piedra seguían emanando calor y lo notó incluso a través de las pieles que vestía.
―¿Superiores? ―escupió ella―. Vemos con impotencia cómo destruyen nuestros hogares y acaban con nuestros hijos. Miramos al cielo como liebres asustadas y solo podemos dedicar nuestras vidas a sobrevivir. Salimos adelante a duras penas, como campesinos ignorantes en los dominios de otros.
Yasova lo miró desde arriba con los ojos llenos de furia, sosteniendo una garra arrancada a un dragón, que brillaba con el fuego de su magia y el calor de su ira.
―¿Por eso nos consideras superiores?
―Por favor ―suplicó él―. He visto lo no escrito…
―No sé qué eres ―lo interrumpió ella―. No sé cómo has llegado aquí ni qué significa nada de esto, pero yo también he visto lo no escrito. He contemplado un mundo sin dragones, y era el paraíso.
―Os he servido como guía espiritual ―dijo él―. Os he contado la verdad que conozco, lo que he visto. Por favor, os ruego que hagáis lo mismo por mí. Habladme sobre la visión que os guía.
Yasova clavó su bastón en el suelo.
―He visto campos repletos de huesos de dragón ―relató con la mirada perdida―. Los cielos no estaban cubiertos de esas malditas tempestades. Ya no existían los conflictos. La guerra había terminado.
Los Temur tenían libertad para conquistar y mi descendiente, una hija de las generaciones venideras, era la sar-kan: la soberana de todo Tarkir. La gente vivía de la tierra, cazando y cuidando a sus rebaños, y todos tenían recursos en abundancia. Al final, oí una voz suave y tranquila, que me decía cómo hacer realidad aquella visión.
―¡Esa no es la verdad! ―protestó él. Imperaba la confusión―. No hay ninguna sar-kan. Tampoco reina la paz. ¿Ugin os mostró eso?
―No, aunque habló de Ugin. Me pidió que marcase el curso de las tempestades, que las siguiese y dejase un rastro.
Yasova señaló la roca grabada que había bajo Sarkhan.
―Me dijo que, si le mostrase el camino hacia la guarida del dragón espíritu… él acabaría con Ugin.
La garganta de Sarkhan se llenó de bilis.
―¿Quién…? ―susurró―. ¿Quién os habló?
―Un gran dragón ―respondió ella con la voz cargada de admiración―.
El más glorioso de todos, tan distinto de ellos como un kan de una bestia de carga. Hablaba con auténticas palabras, no rugía como los demás. Era mucho más grande que yo, incluso más que la mismísima Atarka, y sus escamas parecían de oro bruñido. Sobre su cabeza, entre sus cuernos curvos, flotaba un huevo; en mi delirio, creí que podría eclosionar y dar vida a un mundo nuevo.
―No… ―se amedrentó Sarkhan―. No…
Cuernos curvos, como las curvas dobles de las marcas de Yasova. Tendría que haberse dado cuenta.
Pero ¿cómo iba a saberlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario